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Das Blog des Pommerner Kronprinzs auf Perú

Schrei

“[…] Todo acabó, y mis pesados pasos empezaron a alejarse de ese charco de lodo rojo, y su sonido se confundía entre el de las turbinas y motores de barcos de los que ya no venia ningún disparo. Mis manos sucias y ensangrentadas dejaron caer la fría Beretta que me había acompañado hasta aquí, testigo de todo lo que he hecho, y que aun estaba cargada con balas de hielo.


La lluvia producía un sonido voraz sobre el mar, que ahogaba a la voz de mi conciencia, y la fuerza de sus gotas devoraba las huellas que mis botas dejaban sobre el barro. De a pocos fui tomando conciencia de cada una de las cosas que había hecho hasta hoy, cada acción que había presenciado, cada muerte de la que fui cómplice, y cada vez que apreté el gatillo y me cubrí la cara para que no me salpique la sangre. Ahora mi conciencia resonaba como un trueno en mi corazón, un trueno que aún sin relámpago me cegaba y me hacía tropezar. Poco a poco me aleje de la escena del crimen, y la lluvia limpió los rastros de sangre de mis manos.


Las sirenas aullaban como lobos muertos de hambre corriendo hacia mi en la tundra, la confusión se torno tan grande que me hizo caer, y sentir el sabor del lodo. Sentí deseos de llorar pero seguramente, la lluvia también los ahogó. A duras penas llegue a la puerta de un antiguo y tétrico almacén de combustible, al que entré para protegerme de la tormenta de mi alma, pero fue inútil, aquí la tormenta se valió de las sombras para acecharme, y desesperado grité mil veces mi culpa, y mi voz, regresaba de la oscuridad recordándome las cosas que me llevaron a esto. Me sentí desvalido al pensar la inminente llegada de los lobos, hambrientos y dispuestos a destruirme, sin misericordia.


Me puse en pie y me enfrente a la oscuridad buscando una salida, un último escape para sobrevivir. Encontré una puerta que me llevo a un cuarto, posiblemente un vestidor de obreros, en el que el olor a moho estaba presente como la luz en el universo, las telarañas eran parte de la atmósfera y un hedor de ratas muertas de hambre invadió mi ser.


Por una de las innumerables goteras de la oxidada calamina, se filtraba una luz que alumbraba la única salida de ese cuarto, un ducto de ventilación, en el cual el aire estaba anquilosado como las rodillas de un cadáver prehistórico. Mientras gateaba a través de este zigzag infinito, los lobos irrumpieron en el almacén, donde vieron mis húmedos pasos, alejarse hacia la penumbra. Siguiendo mi rastro entraron al vestidor, y empezaron a violentar el lugar, buscando alguna señal de mi ubicación. Pero la violencia fue demasiada. El oxidado y endeble techo de calamina cedió ante su furia y se desplomo sobre sus cabezas. Las hojas de metal oxidado, sepultaron sus gritos de auxilio, y la lluvia ahogo su llanto de dolor.


Yo encaramado en el ducto, gire tras la ultima esquina para salir de él y ser libre.


Pero me esperaba algo muy distinto a la libertad...[…]”

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